Peso del alma

¡Hola muy buenos días! Seguro que habéis escuchado esto de que el alma pesa 21 gramos, pero… de dónde sale esto? No vamos a entrar aquí sobre si existe o no el alma, aunque creo que la ciencia deja bastante claro esto.. ejem, ejem!! Menudos flipaos los científicos que se creen que saben de todo, pero bueno… lo vemos en otro vídeo si queréis! Este vídeos se va a centrar en este mito así que vamos allá!

La historia empieza en 1907 de la mano de Duncan McDougall, un médico que publicó un artículo titulado “Hipótesis relativa a la sustancia del alma junto con evidencia experimental de la existencia de tal sustancia”. En este artículo describe cómo colocó varios pacientes moribundos sobre una báscula con el objetivo de medir si en el momento de su fallecimiento la báscula marcaba un peso diferente. En su opinión, si la masa de la persona disminuía en el instante de su muerte podía tratarse de una evidencia de que el alma acababa de escapar de su cuerpo.

McDougall hizo la prueba con 6 pacientes, obteniendo los siguientes resultados:

El primero perdió 21 gramos en el momento de la muerte.

El segundo perdió una masa de 21 gramos por hora durante las cuatro primeras horas, acumulando un total de 85 gramos. Notó que en el momento en el que los músculos faciales del paciente dejaron de moverse, la báscula marcó 14 gramos menos. Al verlo comprobó si el corazón había dejado de latir y midió el peso del cuerpo otra vez, obteniendo una diferencia de peso de 46 gramos.

El tercero perdió 14 gramos en el momento de la muerte y 28 gramos “durante los siguientes minutos”.

El cuarto declara la prueba inválida.

El quinto perdió 11 gramos en el momento de la muerte.

Y el sexto declara la prueba inválida.

La existencia del alma

Según McDougall, la pérdida de peso no podía explicarse mediante ningún mecanismo fisiológico. Sospechando que acababa de pillar al alma in fraganti mientras se escaqueaba hacia el otro mundo, decidió repetir el mismo experimento con 15 perros. El médico no consiguió medir ningún cambio de peso en el momento de la muerte de los animales así que, en su opinión, esto no sólo verificaba que había encontrado evidencias de la existencia del alma humana, sino que también había demostrado que la ausencia de alma en los perros nos distinguía del resto de los animales.  Me cago en la lexe! No me digas estas cosas que me desmoralizas!

McDougall fue aún un paso más allá: como había encontrado que el alma tiene una masa muy pequeña, de sólo unos cuantos gramos, y como además el alma está repartida por todo el cuerpo, esto tan sólo podía significar que su densidad es mucho menor a la del aire y, por tanto, al abandonar el cuerpo “flotaría” en la atmósfera. Y con esto tendriamos la explicación del mecanismo de ascensión del alma  hacia el cielo… ¿no?

Llegados a este punto, es muy posible que muchos hayáis encontrado cosas que no encajan en la teoría de McDougall, así que vamos a ver qué podemos sacar claro de este experimento y si, en realidad, lo que estaba midiendo este señor podía tener una explicación distinta.

En primer lugar, la conclusión a la que llegó con su experimento con los perros presenta problemas. En 2001 apareció un artículo en el Journal of Scientific Exploration en el que un investigador hizo la misma prueba, pero usando ovejas y cabras en vez de perros. Esta vez, tras la muerte de 12 animales, el investigador encontró variaciones de peso de entre 18 y 780 gramos. ¿por qué las ovejas y las cabras presentan variaciones de peso tan grandes? ¿Son más humanas que los perros, cuyo peso no varía al morir? Algunos de esos animales tendrían almas 20 veces más masivas que las nuestras, ¿significaría eso que ciertos tipos de ganado son más humanos que nosotros? ¿Cómo podía ser que los perros no tuvieran alma, pero que otros animales sí que la tuvieran? Tamos locos?

El alma pesa 21 gramos

La verdad es que estos datos no ayudan en absoluto la teoría de McDougall. Pero hay un problema añadido mucho más grave en la metodología que utilizó este médico para encontrar el alma: determinar el momento exacto de la muerte de una persona es una tarea prácticamente imposible.

Morir no es simplemente dejar de moverse. La muerte llega cuando la actividad cerebral desaparece, así que una persona realmente fallece en el momento en el que su cerebro se apaga por completo. Esto es importante porque mucha gente parece que saca el concepto de “muerte” de lo que ve en las películas: gente muriendo al instante al recibir un disparo en el estómago o un corte superficial con una espada a través del pecho. Este no es, ni de lejos, lo que ocurre en realidad. Mientras las neuronas tengan reservas de oxígeno y nutrientes, el cerebro puede seguir funcionando. No durante horas, por supuesto. Hablo de minutos o incluso segundos. O se decía al revés… bueno da igual.

Existen testimonios de otras épocas en las que la cabeza de un individuo ha seguido presentando signos de actividad tras su decapitación. Gesticulando, parpadeando o incluso intentado hablar después de que fuera separada del cuerpo, las cabezas recién separadas del cuerpo han dejado testimonios como el de Gabriel Beaurieux tras presenciar la decapitación de Henri Languille, un reo condenado a muerte por asesinato. Y cito: (con voz de misterio)

“[Tras varios segundos], los movimientos espasmódicos cesaron… Fue entonces cuando grité “Languille!”. Vi sus párpados abrirse poco a poco, sin ninguna contracción espasmódica -insisto en esta peculiaridad-, con un movimiento fluido, igual que ocurre en el día a día, como lo hace la gente recién despertada o que ha sido sacada de su ensimismamiento…  Los párpados de Languille se abrieron y unos ojos innegablemente vivos se fijaron en los míos de una manera aún más penetrante que la primera vez.”

O sea, que incluso completamente separado del riego sanguíneo y desangrándose rápidamente por la bajada de presión en las venas, parece ser que el cerebro puede tener energía suficiente como para agarrarse a la vida durante unos últimos instantes cuando el resto del cuerpo falla por completo.

Durante un tiempo se pensó que estos testimonios podrían atribuirse a movimientos involuntarios del cuerpo tras la muerte que no tuvieran nada que ver con la actividad cerebral… Hasta que, en 2011, apareció un estudio que sugiere lo contrario.

Un grupo de investigadores quería aprender más sobre el mecanismo exacto que sigue la muerte en términos neuronales, así que decapitaron varias ratas, la mitad de ellas anestesiadas y la otra mitad no. Conectaron a los animales a un aparato que podía medir su actividad cerebral y descubrieron que, tanto las ratas anestesiadas como las no anestesiadas presentaban actividad cerebral asociada al pensamiento consciente hasta casi 4 segundos después de la decapitación, y hasta 17 segundos despues aun se podía captar algún tipo de actividad neuronal.

Esto significa que el final de la vida no llega en el momento en el que la respiración se detiene o el corazón deja de latir. El cerebro tarda un tiempo en quedarse sin nutrientes así que, cuando el cuerpo deja de mostrar señales de vida, el cerebro se apaga gradualmente durante unos segundos.

O sea, que para determinar el momento exacto en el que una persona muere se necesita un aparato capaz de monitorizar la actividad cerebral del paciente… Algo que McGoullan no tenía en 1907. Él podía ver cuándo un paciente dejaba de respirar, de moverse o de latirle el corazón, pero eso no significaba que realmente el paciente hubiera muerto aún, que su conciencia hubiera dejado de existir. Sin embargo, en su investigación dice cosas como “su peso bajó X onzas en el momento de su muerte” cuando, de hecho, no podía saber si el paciente estaba muerto de verdad o no cuando notaba sus cambios de peso. Y además por que lo media en onzas? De que estamos hablando? De chocolate?

Entonces, ¿a qué podían deberse las variaciones de masa que midió McGoullan? El cuerpo humano medio tiene una masa de unos 75 kg, por lo que la masa “perdida” durante los experimentos representa tan sólo del orden de una diezmilésima parte de la masa total de un cuerpo. Estas variaciones son en realidad extremadamente pequeñas y su causa se puede encontrar en fenómenos nada sobrenaturales.

El peso del alma

Por un lado, sabemos que una cosa que sí sale de nuestro cuerpo al morir es el aire que contienen los pulmones. Y el aire, aunque no lo notemos, tiene masa. Teniendo en cuenta que un metro cúbico de aire tiene una masa de alrededor de 1,2 kg y que la capacidad pulmonar de un ser humano ronda los 6 litros, en nuestros pulmones se pueden meter 7,2 gramos de aire que, al morir, sale de nuestro cuerpo. En realidad, la masa del aire expulsada al exhalar es mayor porque nuestros pulmones humedecen el aire de manera que siempre sale de nosotros con un 100% de humedad, así que la masa del aire que expelemos se puede duplicar por la presencia del agua que expulsamos junto con él. De ahí el vaho en los cristales de las gafas cuando las limpias!

Lo mismo ocurre en el otro extremo de nuestro cuerpo en el momento de pasar al otro barrio. Efectivamente, también perdemos masa… por el culo o ano en frances! Expulsando durante la muerte.

Dejando el aire y los pedos de lado, hay que tener en cuenta que la mayoría de nuestro cuerpo está compuesto por agua que estamos constantemente perdiendo. La evaporación de agua a través de nuestra piel es la responsable de que perdamos hasta 600 gramos de agua diarios sin que nos demos cuenta. Madre mia operación biki pa q!

Pero, en última instancia, las pequeñas variaciones de peso que sufrían los pacientes de McDougall podrían deberse simplemente a que, al morir, los músculos pueden quedar relajados o contraídos en posiciones ligeramente distintas y el peso del cuerpo sobre la superficie en la que se encuentra se redistribuye, probocanco variaciones en el sistema de medida usado.

Y eso por no decir que McDougall basó su hipótesis en las pequeñas variaciones de peso de tan sólo (por suerte) 4 pacientes y que todos ellos dieron resultados distintos.

¿Entooonces qué evidencias tenemos de que el alma pesa 21 gramos?

La evidencia a favor de este dato es un solo ensayo de un tipo que hizo un estudio sesgado en 1907, que no contaba con la tecnología necesaria como para hacerlo bien y que ni siquiera obtuvo resultados reproducibles. El En definitiva: ni el alma pesa 21 gramos, ni McDougall consiguió demostrar su existencia midiendo cuánto pesa la gente “antes y después” de morir.

Ains…. Bueno por lo menos sabemos que nuestra alma no pesa como una bolsa de té… que sino sería mas cutre, seguro que solo s puede medir en una cuarta dimensión, y estamos aquí haciendo el tontakor!  Bueno gente pues ya hemos acabador el videor!  Mil gracias a Angelogyn por esta sección y sus conocimientos científicos, pasaos por su canal que aquí os lo dejo en donde hace directos y otras locuras suyas!  Por mi parte nada mas, Os dejo una pequeña encuesta en el video a ver que opina la gente de todo esto y nos vemos en 2 dias! Hasta luego lokopizzas

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